13 de nov. 2015

El Parto

Hoy hace un año que nació nuestro pequeñajo. Un año intenso, lleno de emociones, noches sin dormir y muchísima felicidad. Y para emociones las vividas hace 365 días, que en su momento registré y hoy las pongo de forma pública. Todo está escrito desde mi nerviosismo, y sobretodo, desde mi punto de vista. Ahí va:

Miércoles 12 de Octubre. Visita rutinaria en Can Ruti al ya haber cumplido el plazo previsto de parto. Nos hacen la revisión estándar, que consiste en 20 minutos de corras con como máximo 2 contracciones, un tacto para saber cuánto está dilatado el cuello del útero (nada y menos. 1cm) y ecografía para ver cómo está de líquido amniótico, cómo le llega el riego de sangre al cordón y cómo se encuentra el bebé. Todo perfecto. Joel no sale porque está muy a gusto y no lo necesita. Nos dijeron que si no había parto natural nos lo tendrían que provocar, dándonos el Lunes 17 como fecha tope. Hablando con la ginecóloga le comentamos que si está tan bien, y nos van a provocar el parto, si no lo pueden hacer antes. La mujer pone rostro pensativo, marcha 1 minuto de la sala de ecografías diciendo “ahora vengo” y 59 segundos después asoma la cabeza por la puerta y pregunta “¿Qué hacéis mañana?” Contestamos de forma inconsciente con un hilillo de voz “perfecto”. Con esta respuesta nos programa visita para el Jueves 13 a las 8:30, por lo que nos toca pasar todo el día con los nervios de que ya mañana ingresamos en el hospital.

                Sinceramente no ha sido el mejor Miércoles de nuestras vidas. Acongojados por la inminencia del parto, no somos capaces de pegar ojo en la siesta (y eso que estábamos realmente cansados)

                Haciendo un pequeño punto y aparte, este nerviosismo hace aflorar mi gran capacidad comerciante, y cerré en menos de 5 minutos los futuros seguros del coche y de las dos motos, dejándolos en un montante de 560€ por los 3 vehículos, con unas coberturas más completas de las que jamás he tenido.

                Ya volviendo al tema que realmente nos ocupa. Las horas iban pasando muy lentamente. Aprovechamos para subir a casa de mi abuela a recoger unos regalos que nos había mandado su hermana Gloria (de las Navas de San Juan). Era un conjuntito para Joel: jersey, manoplas y gorro al estilo mujeres del lejano oeste. En realidad era una currada, muy bonito (si estuviéramos en la I República), pero no pertenecía a esta época. Aún así creo que le podremos sacar algo de partido y usar el jersey con unos tejanitos. Quedará muy chuleta. También nos pasamos por casa de mi tía Nuri donde nos encontramos otro presente, otra prenda de ropa. Pero éstas ya de este siglo. Un pantalón y camiseta chulísimos y un anorak precioso para ir a la nieve. Aún no ha nacido y ya está hecho un montañista. Ya en casa, cenamos lo que pudimos y fuimos pronto a la cama con la intención de descansar más. Qué ilusos. Mirando al techo hasta que nos rendimos a nuestros nervios y decidimos (más bien lo hago yo) poner un partido de la NBA. Al menos  a Irene le sirve para aburrirse y se duerme. Vamos, que en total habremos dormido 2 o 3 horas como mucho.

                A las 7h. suena el despertador. Es hora de levantarse. Como siempre nos levantamos de buen humor, pero esta vez con esa sonrisa inquieta similar al despertar previo de irse de viaje, aunque un poco más profunda. Hacemos un gran acicalamiento, nos vestimos, y sin desayunar (orden expresa de la ginecóloga) marchamos a Can Ruti. Nuevamente una odisea para aparcar(a ver si el parking lo suben 2 o 3 plantas para que no haya estos problemas). Logramos dejarlo bien aparcado y entramos en maternidad. Recogen datos y nos hacen pasar a urgencias, donde le realizan una exploración. En ésta, pierde el tapón mucoso (eso en principio es buena señal). Le hacen ducharse y pasar a un box, mientras yo tengo que dejar mi ropa y ponerme un  pijama anti-ébola azul para no contaminar las zonas estériles del lugar. El box es una habitación chiquitita, cerrada por una cortina donde hay muy poquita cosa: una cama, varias máquinas que hacen “Pii” (entre ellas la de los monitores) y una silla para el acompañante. Estamos en la número 8. No es que sea importante el cómo es o el número en cuestión, pero pasamos tantas horas ahí dentro que forma parte vital de la experiencia del parto. Ahí dentro es donde monitorizan a Irene y le ponen el Propess (medicamento hormonal). Se llega a dormir debido a pasarnos la noche anterior en vela. Mientras, yo estoy ahí como un papanatas sin poder hacer absolutamente nada y en un papel tan secundario que podría definirse como figurante. La cosa no avanza y parece que va para muy largo. Salgo a ver a mi madre que lleva en la sala de espera un par de horas. Me ha traído un bocadillo de jamón. Que buena es mamá. Le comento que nos lo debemos tomar con mucha filosofía, porque la cosa está estancada. Vuelvo dentro y más horas de monitores, juegos con la pelotita pélvica y sueño eterno.

                A las 14h. dicen que en 1 hora le volverán a hacer un tacto para ver cómo está, y depende el diagnóstico, podrá comer (por culpa de la ginecóloga de ayer, ha estado pasando hambre de forma innecesaria) Yo aprovecho esa hora que le dan de margen para irme a la cafetería del hospital y meterme entre pecho y espalda un menú de 8€: fideuá, pollo y yogurt de La Fageda, más café con leche. Ahora si puedo afrontar más horas de espera. Nuevamente vuelta para dentro. Con esto, cada vez que salía del box tenía que quitarme el pijama azul, guardarlo en mi taquilla y ponerme mi ropa. Vaya jaleo, porque justo he decidido ponerme las bambas que más tardo en atar y desatar. Tanto que la última vez pensé “ya que me obligan a ponerme los patucos verdes, voy sin bambas solo con ellos puestos y así no tardo tanto” Joder, no he dado ni 10 pasos cuando un celador me llama la atención para que me ponga las bambas. Por lo visto es preferible ir con bambas y patucos, corriendo el riesgo de que éstas hayan pisado una mierda, a que vaya con los patucos y calcetines. En fin, las normas son las normas, y no me parecía tan opresivo como para aplicar la desobediencia civil.

                Pasamos otro rato de monitoraje (la relación de tiempo cuando digo “otro rato” comprende la franja horaria entre 2 y 6 horas, aunque el hastío es el mismo para ambas) y nos comenta la comadrona que como está tan verde, sería mejor que siguiéramos la evolución en una habitación de planta. Esa idea sí que nos atrae más, ya que yo tendría un asiento mejor, estaríamos más tranquilos (se me ha olvidado decir que en una de las etapas del box, en el cubículo de al lado, había una mujer que o no le hacía efecto le peridural o necesitaba una dosis de elefante. Sufría unos dolores que la oíamos gritar y lamentarse sin parar, pasando del leve quejido “Ay!, Ay!” a hablar alguna lengua muerta y con voz gutural mientras su cabeza giraba. Bueno, esto último me lo he inventado, pero era el escenario más plausible) Al fin llegan con una silla de ruedas y la suben a la habitación 2405 donde nos instalaremos (yo tengo que seguir el protocolo de quitarme el pijama anti-ébola, ponerme mi ropa y subir los bártulos a la habitación) La verdad es que se nota la diferencia entre un sitio y otro. Aquí lo primero que hacemos es coger las dos butacas, poner la mesa en medio y sacar las cartas. Anda que hemos tardado! Encima podemos recibir visitas, así que cuando Jose tiene que venir a por el justificante para la empresa, se sube a Lola y Pepe para que vean a Irene. Nos quedamos juntos hasta las 21h, ya que volvemos a bajar a nuestro “hogar”, el box de dilatación. Más correas, más tactos, más pelota, …

                No sé si ponerlo en un punto y aparte o ir recordándolo en cada momento, pero al revisar y ver que no lo he hecho, lo escribo ahora. Personal de Can Ruti: Cuántas personas pueden pasar por nuestro parto? Ginecólogos, comadronas, enfermeras, auxiliares, celadores, limpieza, administración, … Generalmente escuchamos la frase “ojalá te toque al ginecólogo X, es un amor”, “o la comadrona Y, es muy maja”, … Habremos conocido como 10 ginecólogos distintos, todos los turnos posibles (mañana-tarde-noche-fin de semana) y de verdad nosotros no podríamos desear que te toque ninguno en particular. Solo podemos decir “vente a Can Ruti”. El personal de aquí debería cobrar 3 veces más que el resto, ya que la alegría, la atención, el trato y el cariño recibido debe estar compensado económicamente con creces. Sino no se explica. Bueno si, siendo unos profesionales como la copa de un pino y a parte muy humanos y empáticos. Da rabia pensar que quizá esa enfermera que le deseó suerte a Irene después de mirarla y darle un beso o aquél ginecólogo que estuvo ante todas nuestras dudas con una sonrisa, comprensión y palabras dulces, quizá aún les deban la extra de verano o un 25% de su nómina todos los meses por culpa de incompetentes políticos que solo son capaces de mirar 4 años vista y con los ojos puestos en un beneficio personal. No, estos políticos no se merecen la sanidad y los profesionales que tenemos. Sacan pecho de lo bien que va después de cerrar una planta e incluso hospitales, no invertir en investigación y un larguísimo etcétera. No me quiero extender más (ya lo haré en otro momento con datos concretos) y me centraré en lo que nos ha pasado. Simplemente resumiré esto en un 10 para los profesionales de partos de Can Ruti.

                Lo dicho, hora y media más en el box (que con la tontería ya eran las 22:30. Llevábamos 14 horas en el hospital de las cuales 0 eran de parto. Todo era trabajo pre-parto) En ese rato sí que se hizo un gran trabajo a nivel de contracciones, tanto como para valorar quedarse ya y empezar el trabajo de parto, pero como la dilatación era poca (no pasaban 2 dedos aún) deciden que volvamos a planta a seguir con las contracciones ahí tranquilamente, cenemos y descansemos. Mañana será un día duro. Añadir que al finalizar el día, uno de los ángeles con bata blanca le trajo a Irene una manta eléctrica, y el nivel de alivio fue sublime. Se le descontracturó la espalda y como mínimo pudo respirar. Así Irene pudo dormir un poco y descansar porque el día siguiente sería más largo, más duro y sobretodo, más importante.

                Nos despiertan (si si, nos despiertan, porque llegamos a dormirnos un buen rato. El cuerpo, que es sabio, decidió descansar al saber lo que le esperaba) y volvemos a bajar al box de dilatación. Le ponen los monitores para seguir controlando las constantes de Joel y el nivel y número de contracciones. Después de un primer tacto si nada nuevo al frente, los médicos deciden romper la bolsa, que por lo visto tiene las mismas hormonas que el Propess (el medicamento que le introdujeron el primer día) Largo rato de espera y parece que va haciendo efecto. Una contracción, otra, ésta con más dolor, otra más, … Parece que el trabajo de parto ha empezado. Cada vez le duelen más, las horas pasan eternas. Hay un momento que son tan fuertes que deciden ponerle la epidural. No es la walkinperi esa que puedes andar y bailar flamenco, pero sí te puedes mover, hacer fuerza, etc.. Ya no son como antes que era una anestesia local y se te dormía toda la zona. Ahora sientes una presión, pero desaparece el dolor. Es genial. En estas cosas es donde se tiene que invertir el dinero y no en “Ciutat de las Arts” de Valencia que se convierte en edificaciones abandonadas, aeropuertos fantasma como el de Castellón o en plazas de toros (ya no hablemos el que se llevan calentito a Suiza, que me enciendo) La cosa avanza muy pero que muy bien. En el último tacto pasó de 2cm de dilatación a 7cm. Joder, ya podían haber roto la bolsa ayer, que es mucho más efectivo que el Propess (y no te creas que es mucho menos invasivo, porque cada vez que se le salía, se lo metían hacia dentro y casi se lo atan a la campanilla) Los médicos están esperanzados porque en el nuevo tacto está de 9cm. Creen que en breve Joel se moverá para tirar hacia delante. Y tuvieron razón. Joel se movía, se agitaba, y se encajó de tal manera que pinzaba la cadera de Irene tan fuerte que le hacía llorar de dolor a la pobrecica. Ella no podía más. Eran las 18h de la tarde. Estaba pasando mucho dolor, porque entre las contracciones, la espalda y la cadera no se podía mover ni estar quieta. Sus súplicas y llantos de “no puedo más” me destrozaban el alma. Es una sensación de impotencia total, al ver sufrir a quien más quieres sin poder hacer absolutamente nada. Solo podía calmarla, decirle que era normal que le doliera, pero que ella era muy fuerte y lo podía aguantar (cosa cierta porque me decía “he llegado a mi límite” y seguía así sin calmantes ni nada 2, 3, 4 horas…) Nuevo tacto. Tenía ya toda la zona infladísima, llena de dolores. Los médicos cuchichean entre ellos. Eso no me gusta nada, que medio comenten algo y le haga una señal de “hablemos fuera”, solo hace que se me salga el corazón por la boca. Pero claro, no me puedo ir a ver qué pasa. Irene me tiene enganchado por la mano y ella me necesita. Yo sigo ahí, sin dolores pero con una sensación intensa durísima. Al final vuelven y nos comentan que Joel viene muy grande. Pero muy grande de verdad, y está puesto de tal manera que no va a caber por el canal de parto. Le dicen a Irene si es capaz de aguantar ¾ de hora más para hacer una nueva valoración, por si ha evolucionado, sino habrá que hacer cesárea. Mira, que quieres que te diga, es cierto que al principio queríamos un parto natural. Sabemos que debe ser así y que generación tras generación los han parido y a las pruebas que aquí estamos me remito, pero entre que ya no era natural porque Joel no quería salir y se lo indujeron, los dolores eran tan fuertes que le pusieron la epidural, etc… la idea de la cesárea fue casi un alivio. Es cierto que es una operación, pero ya está sufriendo mucho y si dicen que es tan grande que va a tener problemas (más) para salir, pues adelante. Media hora más tarde (Irene aguantando como una jabata) llega un señor mayor y bajito, rollo Fullet Tortuga, que era el jefe de ginecólogos de Can Ruti. Él debía valorar si se hacía cesárea o no, y al hacerle el tacto (medio segundo tardó) dijo: “Si, lleváosla que le hago la cesárea” Menos mal. Le ponen más drogaina de la buena y se la llevan a quirófano, donde yo no puedo entrar.

                A mi me dejan en una sala a la espera de ver cómo va todo. No me podía ni sentar de los nervios. Veía pasar doctores para dentro, doctores para fuera, pero no me decían nada. Se hizo eterno. Y eso que solo fueron 15 minutos. El cuarto de hora más largo de toda mi vida. Cuánta razón tenía Einstein al decir que el tiempo era relativo. Yo creo que su teoría de la relatividad la descubrió mientras su mujer estaba de parto. Cada minuto eran 60 segundos de angustia y preocupación. Hasta que lo oí. De repente dejé de escuchar a la gente que había a los lados, las máquinas y a mi propio corazón. Mis sentidos solo estaban pendientes de aquél llanto. Es muy curioso pero a nadie le gusta el llanto de un bebé (y si a alguien le gusta es que es un monstruo), pero precisamente “ese” llanto es el que más feliz te hace. Salió uno de los médicos y me dijo “¿lo escuchas? Enhorabuena papi” Yo solo podía preguntarle si Irene y Joel estaban bien. Me comentó que si, que no me preocupara. Me preguntó “¿quieres hacer el piel con piel?” Vamos, y tanto!! Entonces el doctor habilita la sala con unas cortinas y en menos tiempo de lo que tardé en desabrocharme el pijama azul ya lo tenía entre brazos. Un pequeño gremlin rosadito, blandito y calentito (y 90 adjetivos más acabados en “-ito”) Lo puse pecho con pecho para darle calor. Que momento más bonito. Aquí volvió a aparecer Einstein porque 25 minutos más tarde (que a mi me pareció 1) vino un pediatra y me explicó que Irene había tenido un poco de fiebre durante el parto y como el niño había salido con una respiración un poco agitada, debían mirarlo no vaya a ser que tuviera alguna infección. Qué rápido había acabado esto, con lo agustito que estábamos.

                Se lo llevan y al momento sale Irene con una cara entre dolorida, cansada y feliz. Mira que nos cuesta separarnos, y si lo hacemos el reencuentro siempre es bonito, pero esta vez fue otro nivel. Con todo lo que habíamos pasado y ya se acabó. Joel salió y estaba bien. Irene yonki por los medicamentos pero también genial. En esas que vuelve el pediatra de examinarlo. Dice que está todo bien, pero se tendrá que quedar en neonatos hasta que salgan los resultados de análisis y cultivos que le van a hacer para descartar cualquier cosa. Lo traen con nosotros y se lo ponen a Irene encima. Es el primer momento que estamos los 3 juntos. No llora, está tranquilo. Pero nosotros si lloramos.

                Los médicos nos dicen que era normal que no hubiera podido parirlo vaginalmente. Fueron 55’5cm de largo y 4’480kg de peso. Un pedazo de morlaco estaba dentro del cuerpo pequeño de Irene. Hasta a ellos le costó sacarlo por cesárea. Pero ya nada importaba. Todos estaban bien y en ese momento me cayó como una losa todo el cansancio. Me vino de golpe. Era el momento de la tranquilidad, al ver que todo había salido correctamente, cuando respiré y me agoté. Pero no importaba. Ya nada importaba, ni importará el resto de mi vida, más que las dos personas que en ese momento habían en la cama. Ahora mi mundo gira alrededor de Irene y Joel, sin que exista el cansancio, el no me apetece o el estoy agobiado. Ya no hay excusa ni quejas. Es empezar de 0, siendo una persona nueva, con nuevos objetivos y prioridades. Y nací cuando nació el renacuajo que tenía Irene enganchado al pecho. Me reencarné en mi mismo el 14 de Noviembre de 2014 a las 19:34h, para ser mejor persona y espero que un gran padre.


                Que así sea!!

Good Luck!!